¿La ansiedad es una manifestación consciente o inconsciente?

El análisis que se hace de la realidad y el orden de aparición de los síntomas son inconscientes, pero la reacción se padece conscientemente.

De entrada, no cabe duda de que el disparo ansioso es una manifestación de tipo inconsciente, pues no es más que una «efervescencia» emocional que proviene de estructuras cognitivas internas (amígdalas cerebrales, entre otras zonas) y que actúa de manera autónoma con respecto a la consciencia. De hecho, una reacción ansiosa no se diferencia esencialmente de otra de agresividad, tristeza, alegría, miedo, vergüenza, sorpresa, etc., pues todas ellas, como se ha dicho, forman parte de la propia carga genética que se halla depositada en nuestro organismo y que está preparada para surgir cuando las circunstancias lo requieran. Tal y como se ha dicho ya, la ansiedad puede tener una versión radicalizada, pero también puede suceder lo mismo con el resto de las emociones mencionadas.

El sistema que regula las emociones es el mismo que se halla implicado constantemente en el análisis de la vida y que tiene como objetivo real detectar algún momento que precise una completa y rápida adaptación dadas sus especiales y comprometedoras características, en el que se implica un sistema inconsciente. De hecho, se economiza el tiempo «excesivo» que supondría el decodificado consciente y racional de la información. Por todo ello, las emociones en su conjunto (y entre ellas la ansiedad) constituyen un magnífico y eficaz sistema de percepción de la realidad, pues posibilita un ajuste circunstancial rápido y contundente que, en muchas ocasiones, nos llega a «salvar» de un instante vitalmente comprometedor. Así, no programamos estar tristes, ni agresivos, ni airados, ni atemorizados, ni avergonzados, ni ansiosos, etc., de forma consciente, sino que estos «estados» nos surgen de dentro, por lo que los necesitamos como respuesta adaptativa inmediata, y nos alertan acerca de las características de una situación en particular y de la urgente necesidad de una respuesta global eficaz. Eso son las emociones y, entre ellas, destaca la ansiedad, que, como se ha podido ir viendo, resulta ser una de las más básicas.

Si el análisis permanente de la realidad es, pues, una tarea interior, límbica e inconsciente, también lo es la respuesta que nos va a ayudar a adaptarnos a lo que detectamos y a la selección de su modalidad en todos sus aspectos: intensidad, frecuencia, amplitud, composición, conexiones, etc. Por ello, dentro de la reacción ansiosa, la taquicardia, la hiperventilación, el mareo, el sudor exagerado, etc., por poner ejemplos de los síntomas más comunes, surgen y se desarrollan de una manera automática e inconsciente (sin intervención voluntaria, por tanto). Sin embargo, como modificación del estado personal, los cambios que sobrevienen sí son detectados por el sistema consciente, y hacen que nos demos cuenta de que el propio organismo se ha modificado y de inmediato se da una valoración; así pues, las reacciones ansiosas se observan y se evalúan inmediatamente, y es de ahí de donde surge el malestar propio de lo que no deja de ser más que una señal de alerta.

En efecto, la persona se da cuenta de los cambios fisiológicos que está experimentando y los racionaliza desde su sistema consciente; no está haciendo otra cosa, por tanto, que descubrir que está siendo objeto de unas reacciones cuyo origen desconoce y comprueba que no las controla, es decir, se trata de algo extraño que no se puede neutralizar. Todo esto lo está valorando la parte cortical del cerebro (consciente), esa gran región encefálica ocupada permanentemente en determinar el porqué, el cuándo, el cómo, el para qué, el cuánto, etc., de todo lo que sucede.

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