¿Se puede padecer ansiedad en la infancia?

A pesar de que la infancia es, básicamente, una etapa de adquisición, también se puede sufrir de ansiedad en ella a diferentes niveles.

Es evidente que la ansiedad está presente en la infancia, e incluso investigaciones recientes nos hablan ya de un posible aprendizaje ansioso en el claustro materno. Sin embargo, es preciso subrayar que, a pesar de su existencia en este período, la infancia se ha de considerar sobre todo como una etapa fundamental de aprendizaje ansioso y, por tanto, un largo espacio temporal en el que se puede padecer el problema y también estar asimilándolo. Ejemplos de disparos ansiosos infantiles típicos son el miedo a dormir sin luz, el miedo a que el padre o la madre marche, el miedo a ir a la escuela, grandes berrinches sin sentido, etc. Todo ello puede hablarnos de un niño/a verdaderamente influido por unos sistemas de miedo irracionales que afloran en una persona aún poco madura para afrontar situaciones de cierta complejidad.

Los procesos de adquisición de la ansiedad en los niños tienen que ver con su forma de encajar determinados acontecimientos que perciben como algo que no tiene solución. Cuando el niño manifiesta los primeros síntomas ansiosos ante una situación concreta, en realidad está percibiendo muchas más cosas: la incertidumbre, el desamparo, la indefensión, etc., son conceptos que añade de manera gratuita al momento en que vive, por lo que se aleja de una perspectiva realista y se introduce, sin poder evitarlo, en una situación de miedo. Así, por ejemplo, si los padres se van, la situación ansiosa corresponde a un desamparo radical, o si le dejan solo, a una desprotección exagerada; debe entenderse que si todo eso se repite con frecuencia, los sistemas de alerta de peligros del niño van condicionándose, enraizándose y propagándose, y aparecerán como previsión ante simples indicios o ante situaciones neutras.

Por otra parte, hay que tener precaución a la hora de diferenciar lo que sería un momento de temor puntual de lo que sería un temor constante y «connatural». En este sentido, hay contextos de crianza que, en sí mismos, son generadores de ansiedad y hacen que ésta se aprenda inexorablemente. Es el caso, como ya se ha dicho con anterioridad, de la crianza que ejercen los padres o madres dictadores o, por el contrario, sobreprotectores; también los padres que, ante sus hijos, manifiestan controversias constantes y/o de gran dureza; los padres depresivos; los padres ansiosos, por supuesto; etc. Del mismo modo, hay determinados acontecimientos de una dureza emocional importante que pueden producir desde disparos hasta aprendizajes ansiosos, como sucede en el caso de la existencia de traumas infantiles, de enfermedades, de accidentes, de abusos, etc. Como si de un puente se tratara, todo ello tendrá fácilmente (aunque no necesariamente) repercusión en la vida adulta y aflorará de manera irracional, acausal e inexplicable, aportando evidentes estados de inseguridad y condicionando la vida de la persona.

La instalación de la ansiedad en la infancia, no su aparición puntual, tiene lugar de una manera contundente debido a que el cerebro del niño aún es inmaduro para decodificar la a veces compleja información «adulta» que le llega; al mismo tiempo, está recibiendo una serie de vivencias de gran impacto emocional que no puede procesar por falta, como se ha dicho, de conocimiento previo o de capacidad para descifrar lo que vive. En este sentido, el niño se encuentra sometido a un bombardeo del que lo único que intuye es que debe defenderse. Estaríamos diciendo, pues, que la ansiedad se adhiere al niño por la inmadurez de su cerebro, es decir, por su imposibilidad de funcionar de manera compleja y de gestionar la terrible cadena del aprendizaje del miedo.

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