¿Como dar un masaje tantrico?
En el tantrismo, y por extensión en el masaje tantrico, lo que sugiere o insinúa, lo que aparece envuelto como en un velo de misterio, es mucho más atractivo que lo directo y evidente. Es más sensual insinuar lo que se desea que hacerlo directamente, resulta más estimulante presionar levemente que apretar con fuerza, rozar que palpar, ya que la promesa sexual contiene una fuerte carga erótica. Se trata de una sabiduría milenaria adquirida en la práctica de sentir y reconocer cada trocito de piel del amante, de lo que la cultura oriental ha hecho toda una filosofía asentada en el poder energético del cuerpo.
Si antes de acariciarse ambos se frotan las manos durante treinta o cuarenta segundos, la temperatura sube y emerge de ellas. Esta energía se potencia cuando la pareja enfrenta sus palmas, ya que se produce un intercambio similar a una corriente eléctrica que, al tocar después al otro, transmite una especial vibración.
Cuando las caricias se ofrecen sin prisa y largamente, como si de una ceremonia sagrada se tratara, es posible recrearse en cada punto del cuerpo y la persona acariciada recibe la energía erótica plenamente. La clave de la sensualidad consiste en un juego de lentitud casi hipnótica, librado a lo que dicta el propio deseo: las manos se detienen en un punto preciso y quedan quietas en el estómago, una pierna o en cualquier parte del cuerpo, mientras transmiten ardor a través de la concentración de su carga sexual.
Esa misma carga es la que permite «viajar» libremente cuando las palmas, los dedos o los nudillos vagan por zonas más amplias. Son contactos insinuantes y creativos, que van despertando el deseo en ambos amantes y el grado de sensualidad mutua se nutre, aumentando más y más.
Las caricias contienen un lenguaje mudo pero sumamente elocuente tanto para quien las hace como para quien las recibe. Así como cada punto del cuerpo es capaz de sentir y comprender el mensaje tierno o apasionado que recibe a través de una caricia, son también muy diversas las zonas a las que este mensaje puede ser transmitido. Limitarse a acariciar con las manos recorta la comunicación y limita el inagotable espacio del diálogo erótico.
Para enriquecer la comunicación de los amantes, basta recordar que, aunque ciertas zonas son especialmente erógenas, es el todo lo que está recorrido por la energía sexual: por eso ninguna porción de la piel merece quedar fuera del alcance del gozo y vale la pena despertarla.
los pies son una zona del cuerpo que frecuentemente se olvida, sin embargo hombres y mujeres consideran muy erótico que se los toquen y los besen. A ellas, sobre todo, les gusta que se recorra el círculo de los tobillos con la lengua húmeda y ambos gozan cuando les lamen mórbidamente los dedos de los pies. Ellos, particularmente, por la forma de los dedos, suelen asociar este estímulo a la succión del pene. Acariciar las plantas produciendo leves cosquilleos es también intensamente sensual y, posiblemente, la sensación eléctrica de esa cosquilla es reveladora de la energía que se está compartiendo.
Punto y aparte merece la excitación de la zona de las orejas, porque en ella al sentido del tacto se le suma el importante estímulo del oído. Suele ser muy incitante besar o lamer los lóbulos y por detrás del pabellón de la oreja, mientras se emiten suspiros, se sopla o simplemente se murmura y ronronea. También es muy insinuante rozarlas, lo que genera un suave hormigueo que se transmite a través de los terminales nerviosos a todo el cuerpo.
El rostro tiene innumerables puntos de sensibilidad, desde el nacimiento de la raíz del pelo hasta el cuello y la nuca que, si se los estimula con besos, mordiscos y lametazos, hacen surgir la sensualidad con sensaciones álgidas de placer. La nuca es un área muy sensible: recorrerla con la punta de la lengua erecta o con dos dedos tensos hasta el nacimiento del pelo, como asimismo partir de ella para trazar un recorrido a lo largo de la espina dorsal hasta el inicio de la línea que parte las nalgas, es enormemente voluptuoso.
El cuerpo alberga también zonas insospechadas en las que habita la posibilidad del goce, tales como las costillas y, sobre todo, los espacios entre ellas, que al ser besados o recorridos con la punta de la lengua estimulan el recuerdo de haber sentido ese placer o sorprenden a quienes nunca antes lo han experimentado.