¿Cómo se manifiesta la ansiedad? ¿Cuáles son los síntomas más comunes?

A través de una explosión de síntomas que escapan al control voluntario y son imprevisibles. Son muy numerosos y dependen de cada persona.

La ansiedad simple, es decir, como desequilibrio no asociado a otras patologías, se manifiesta sobre todo de tres formas, a pesar de que, en la práctica, suelan aparecer mezcladas y sea difícil discriminarlas.

En primer lugar, tenemos una forma de manifestación ansiosa más o menos constante; es algo así como si se hallara «cronificada» y de ella decimos a menudo, irónicamente, que es como si al vestirnos por la mañana, junto con la camisa o los pantalones, también nos vistiéramos mentalmente de ansiedad. Dicho de una manera más gráfica, a los pocos minutos de despertarnos el estado ansioso (al igual que sucede con la ropa) vuelve a estar en nosotros para todo el día. Se trata de un estado de agitación que nos acompaña siempre, a pesar de que puede ser irregular, pues hay momentos en los que no pasa de la categoría de simple sensación y otros en los que costaría mucho diferenciarlo de lo que sería una crisis de pánico.

En conjunto nos estamos refiriendo a la llamada ansiedad generalizada, un estado que cognitivamente revelaría la existencia permanente de peligros a los que hay que hacer frente a través del aviso que representa la reacción ansiosa. La ansiedad generalizada es esa forma irregularmente agitada de vivir donde se necesita que todo sea rutinario, sin contratiempos, lo que asegura un planteamiento vital en el que no existan sorpresas o hechos inesperados. Cualquier «ruptura», por pequeña que sea, se transforma rápidamente en un acontecimiento agresivo. El carácter personal de este tipo de ansiedad hace que el día pueda cambiar de perspectiva mental en numerosas ocasiones; así, por ejemplo, se pueden tener los parámetros de agitación más o menos sosegados por la mañana o por la tarde, sentirse más o menos aliviado en función de las compañías que se tengan, o de algún tipo de actividad más o menos ineludible o comprometida, etc. A pesar de tener características parecidas, la manifestación de la ansiedad generalizada varía de una persona a otra y también en uno mismo en función del propio estado de ánimo.

En segundo lugar, tendríamos un tipo de ansiedad repentina, aguda, dura, sin causas aparentes y muy dolorosa. Normalmente, la persona no tiene razones para padecerla, a pesar de que se trata de un estado que puede surgir de la efervescencia propia de determinados niveles elevados de la ansiedad generalizada. La casuística indica que una buena parte de estos estados «explosivos» tiene lugar, curiosamente, en momentos de tranquilidad (cuando, por ejemplo, no tenemos elementos de distracción y podemos pensar o estar por nosotros mismos) o bien en los inicios del descanso nocturno. En este último caso, se produce cuando nos introducimos en la etapa del sueño rápido y sobreviene un despertar súbito con sensación brusca de falta de aire, sudor, etc., y una sensación muy real de encontrarse cerca de la muerte; es cierto, sin embargo, que esta forma abrupta de ansiedad puede darse en cualquier momento de la vida del individuo, en lo que ha venido a denominarse crisis de angustia o ataques de pánico. A pesar de que siempre aparezcan, como se ha dicho, de forma aguda e imprevista, la persona captaría una serie de indicios que la pueden alertar de su inminente aparición. Para la persona ansiosa, las crisis de pánico, dado su carácter impredecible, suelen ser momentos de mucho miedo y dolor, pero, a pesar de su aparatosidad psicoterapéutica acostumbran a tener buen pronóstico.

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