¿Cómo se puede saber que una persona tiene ansiedad y no otra cosa?

Por el significado que tiene el momento ansioso y por la psicosomática específica que aparece.

Realmente no es nada fácil. En muchas ocasiones, una crisis asmática, determinadas enfermedades, e incluso estados extraños del organismo que son consecuencia de la fatiga, de haber bebido en exceso, de preocupaciones, de exámenes, de haber tomado estimulantes (café, tabaco, té), etc., pueden ser malinterpretados y vividos como amenazas vitales y, en consecuencia, generar disparos ansiosos.

En los cuadros de ansiedad siempre se da un despliegue psicosomático (que varía, según la persona, en el número de síntomas, intensidad, duración, afectación, etc.), que viene acompañado también por una producción de pensamientos y sentimientos específica, variada e interconectada. Este cuadro psicosomático arrastra a menudo un buen número de sistemas organísmicos hacia un estado muchas veces de hiperfuncionamiento, por eso, como es extraño e intenso, lo notamos y lo padecemos. La interpretación que se hace de los propios síntomas es lo que lleva habitualmente a la confusión y lo que culmina en una de las situaciones de sufrimiento ansioso más temible: la hipocondría. Pongamos un ejemplo.

A efectos prácticos, una súbita aparición de pinchazos alrededor de la zona del corazón, junto con una sensación de hormigueo en los dedos de la mano izquierda, una taquicardia manifiesta, hiperventilación o respiración superficial, transpiración fría e intensa, etc., son síntomas que pueden llevarnos a interpretar que estamos ante la manifestación de una patología cardíaca y alertarnos acerca de su gravedad y peligro. Sin embargo, todo ello, junto con otros síntomas, es una de las formas más comunes con las que se manifiesta una crisis de angustia (ataque de pánico). Éste es un ejemplo de la dificultad que existe muchas veces a la hora de establecer diagnósticos diferenciales contundentes y eficaces, y también de contextualizar correctamente el sufrimiento de la persona que padece estos problemas.

Una prueba de la dificultad que supone la discriminación sintomatológica para lograr un diagnóstico acertado es el complicado y exhaustivo recorrido al que, con frecuencia, se somete a la persona ansiosa para llegar a esa evaluación definitiva. Esta búsqueda se basa, normalmente, en ir descartando una a una las hipótesis que los diferentes especialistas hayan planteado e ir realizando exploraciones, analíticas, exámenes, pruebas, etc. Las hipótesis mencionadas tienen que ver con la entidad y la localización de los síntomas ansiosos y su presencia en los diversos sistemas o aparatos fisiológicos; por este motivo se suele visitar al cardiólogo, al estomatólogo, al neumólogo, al psiquiatra, al neurólogo, etc., dentro de lo que se entiende como el lógico camino terapéutico protocolario, pero que con la ansiedad resulta muy infructuoso. La lógica necesidad médica de ir discriminando las diversas hipótesis patológicas y de efectuar una intervención ajustada conduce a la persona ansiosa al citado recorrido hospitalario. En este sentido, siempre se ha reconocido la necesidad de economizar esfuerzos para lograr en los sistemas sanitarios (y en particular en urgencias) un protocolo discriminador objetivo y rápido que permita huir del subjetivismo en la interpretación intuitiva de los síntomas y conduzca hacia una intervención técnica eficaz. La importancia de encontrar una solución a este problema se basa en el creciente malestar de la persona ansiosa sometida a la incertidumbre propia del recorrido por departamentos y/o unidades de salud.

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