¿La ansiedad conduce a la depresión? ¿Qué relación existe entre ambas?
Ansiedad y depresión se vinculan por el bloqueo y la indefensión, hechos que generan una gran inseguridad personal. Muchas veces no tienen por qué convivir ni determinarse.
A menudo existe una relación directa y muy estrecha entre ambos conceptos; de hecho, se ha calculado que más del 95 % de las personas depresivas son también personas ansiosas. Es bastante habitual, pues, que se produzca una aparición conjunta, lo que ha llevado a considerar las formas depresivas más comunes como depresiones ansiosas. Por otra parte, cuando la persona tiene inicialmente un problema ansioso, los porcentajes no se encuentran claramente establecidos, ya que no hay una relación significativa entre padecer ansiedad y el desarrollo posterior de una depresión; lo que sí se constata en este caso es un descenso de la autoestima y la seguridad personal, que puede desembocar en estados de bajo tono vital, aunque no necesariamente en procesos depresivos.
Antes se ha comentado que la ansiedad, como último baluarte defensivo de la supervivencia, puede surgir de la percepción de elementos entendidos como amenazadores, sin olvidar tampoco que un punto de partida básico del despliegue ansioso deriva de la radicalización de alguna de las emociones básicas. Así, por ejemplo, una perseverante e intensa vergüenza puede conducir con mucha facilidad a un disparo ansioso, y lo mismo puede suceder con una gran carga de estrés, de ira, de agresividad, etc., y también de tristeza, una emoción que se encuentra radicalizada en la depresión. El camino hacia la depresión queda abierto aquí desde la percepción de encontrarse atrapado en una emoción que supone una forma de entender la realidad dura y negativa, de la que es imposible escapar.
En resumen, se debería poder discriminar cuál de los dos procesos ha sido el inicial, a pesar de que resulte difícil de hacer, pues en la práctica depresión y ansiedad pueden aparecer con formas muy poco diferenciadas; de hecho, dicha discriminación debería ser algo básico, pues tiene mucho que ver con el tipo de terapia o tratamiento más idóneo. Un elemento que dificulta esta discriminación entre los dos procesos mencionados es el hecho de que comparten un buen número de síntomas, como por ejemplo un sentido pesimista de la vida, alteraciones psicosomáticas como la hiperventilación y la taquicardia, la fatiga y el mareo, etc.; en definitiva, una especie de «pack» que es, como se ha dicho, difícilmente discriminable. La experiencia en psicoterapia nos demuestra que la intervención sobre un síntoma determinado puede mejorar el estado general de la persona, por lo que depresión y ansiedad, que parecen estados firmemente soldados, pueden trabajarse de manera conjunta.
Finalmente, hay que destacar que el tono bajo derivado de la ansiedad no es más que una especie de adjetivo (no sustantivo) de este concepto, algo así como un aspecto asociado que, evidentemente, sería un error considerable sobredimensionarlo. En estos casos, un tratamiento eficaz de la ansiedad supone a su vez una desaparición progresiva de los tonos vitales bajos mencionados, en la medida en que uno mismo va percibiéndose progresivamente más libre.