¿La ansiedad es una enfermedad?

Desde un punto de vista tradicional, sí; desde una óptica progresista, se trata de un aprendizaje emocional erróneo.

Es evidente que la ansiedad podría definirse como una enfermedad; de hecho, la medicina, y concretamente la psiquiatría, así la considera (véase, por ejemplo, el Manual DSM-IV de sistematización de los trastornos mentales), pero también pueden existir otras posiciones al respecto. Cuando se habla de enfermedad, normalmente se entiende que se trata de la influencia patológica de agentes externos al organismo, de la aparición de malformaciones o de producciones de orden físico que modifican los estados funcionales de la persona, o también de alteraciones somáticas derivadas de consumos específicos, abusos, etc. En cualquier caso, parece no tratarse de otra cosa que de un fallo estructural, somático o funcional.

En el caso de la ansiedad, no parece darse nada de eso, a excepción de determinadas alteraciones de los neurotransmisores. A pesar de que actualmente existe medicación específica que en muchos casos consigue realmente neutralizar estados ansiosos, sean puntuales o no, la verdad es que el carácter recidivante del problema, sus efectos secundarios, la alteración psicofisiológica producto de las elevadas dosis que se emplean o los estados de pesimismo existentes son elementos que no acaban de ser neutralizados por los ansiolíticos.

Los procesos de ansiedad tienen unas características particulares, pues conjugan en un mismo estado aspectos físicos y psicológicos; ambos planos son reales y no se pueden perder de vista en los tratamientos específicos. Es más, la experiencia en psicoterapia nos lleva a pensar en un número importantísimo de casos en los que la intervención se centra en un cambio en la manera de entender las cosas y en una ayuda consciente sobre el control de la propia reacción psicosomática; así, los estados de ansiedad no sólo mejoran en su mayoría, sino que se neutralizan plenamente, y la persona se blinda, de una forma muy eficaz, con respecto a recidivas posteriores. En conjunto, surge la idea de que esta enfermedad es tan diferente de la que conocemos habitualmente, que quizá sería mejor hablar de desequilibrio, de estado emocional alterado o de aprendizaje emocional negativo.

El concepto clásico de enfermedad supone un estado tangible y empírico derivado de una causa real y física, aunque ésta esté oculta o sea difícil de ubicar. En la ansiedad aparece con claridad toda una descarga psicosomática derivada siempre de una mala interpretación de la realidad, tanto la exterior o del entorno (amenazante y/o peligrosa) como la del propio cuerpo (de cuyo funcionamiento se desconfía). Esta mala interpretación se encuentra presente en la persona sin que aparentemente ésta pueda intervenir, por lo que su vida se halla limitada o secuestrada; aquí, es preciso entender que hablamos de sentimientos o pensamientos como producción básica, pues son ellos los que tiran del carro ansioso a pesar de que la persona afectada tenga grandes dificultades para describir o definir qué es lo que está sintiendo y pensando concretamente; incluso en las formas abruptas de ansiedad, como sucede con las crisis de angustia o de pánico, puede descubrirse esta simbiosis de sentimientos y pensamientos que llevan a la persona a desarrollar una gran defensa de la propia existencia, a la vez que una hipervigilancia constante y anticipatoria. El concepto de enfermedad se encuentra aquí ampliamente discutido.

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