¿Qué es la ansiedad?

Es una emoción básica que puede ser positiva o patológica en función de su intensidad, su frecuencia y su significado.

La ansiedad es una emoción básica que viene preestablecida en el esquema genético y, por tanto, es un elemento natural necesario y útil para la propia supervivencia. En este sentido, entendemos su valor para la adaptación vinculado al mecanismo de detección y respuesta ante situaciones peligrosas o muy comprometidas, es decir, es algo así como si dispusiéramos de una potente señal de alerta que se disparara en momentos de amenaza vital.

Como reacción natural y básica, la ansiedad no se diferencia demasiado de las otras emociones también hereditarias, ya que todas ellas surgen de forma automatizada y permiten una rápida adaptación a situaciones de determinada exigencia; la vergüenza, el miedo, la ira, la sorpresa, la alegría, la tristeza, etc. son instrumentos adaptativos que disponemos genéticamente y que, desde el inicio de la vida, nos ayudan a sobrevivir. Desde este punto de vista, la ansiedad se ha convertido en una herramienta esencial no sólo para proteger a la persona en sí, sino también para la supervivencia como especie, pues su papel era esencial en momentos en los que estaba justificado poseer un sistema de alerta perfectamente preparado para la detección de los peligros más imperceptibles. Así pues, han sido las condiciones del medio las que han abierto las puertas de la ansiedad de una manera más o menos efectiva e intensa, pero, en cualquier caso, siempre con la intención de proteger la vida del individuo. La ansiedad como recurso de supervivencia ha sido, por tanto, de gran utilidad para la humanidad en general.

Como cualquier otra emoción de las que hemos expuesto anteriormente, la ansiedad se genera en la propia mente, pero precisa de una conexión con el exterior en el sentido de que éste es analizado para descubrir en él peligros reales y/o potenciales que nos puedan afectar. También contempla una explosión reactiva múltiple (en tanto que se ponen en marcha la fisiología, el pensamiento, los sentimientos, la conducta y la propia asertividad) e inmediata (ya que el disparo ansioso es automático) que nos conduce a la autodefensa de una manera rápida e intensa. En síntesis, los trabajos esenciales que ejecuta nuestra mente son: detección, análisis, evaluación y reacción. Una vez que ha pasado la situación (hipotética o real) de peligro, los niveles de alerta y de respuesta ansiosos retornan a los parámetros de equilibrio y de serenidad propios de los estados neutros y estables, con lo que podríamos decir que se ha cerrado así la secuencia de alteración-adaptación. Sin embargo, con cierta frecuencia, y en función de la entidad de la amenaza y la intensidad de la reacción, la persona permanece indefinidamente en un estado de alerta o de temor que es realmente molesto.

Cuando hablamos de la ansiedad patológica o anómala, nos estamos refiriendo a la aparición de una reacción agitada, larga e intensa, que va más allá de cualquier situación comprometida (y, por tanto, es estéril, absurda y equivocada). Seguramente la ansiedad está sustituyendo a otra emoción mucho más idónea y se convierte así en una reacción en el vacío. Estar continuamente ansioso equivale a ver peligros, riesgos o atentados a la supervivencia más allá de lo que naturalmente cabría suponer y, por tanto, malinterpretar las situaciones que se viven generando una actitud constante de hipervigilancia, hiperprotección y fatalismo excesivos.

 

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