Si me encuentro en plena crisis ansiosa, ¿debo tratar de esforzarme y luchar o, por el contrario, dejar que pase el mal rato?
No hay una respuesta contundente; lo que es importante es que el objetivo sea la reducción de la agitación para hablar con uno mismo y lograr el cambio emocional.
Como se ha indicado, aquí no hay una respuesta contundente, sino que más bien el afrontar los momentos difíciles va a depender de la propia persona, de cómo lo haya hecho anteriormente, de qué estrategias tiene y recuerda, de cómo se encuentre de ánimo e incluso de autoestima, etc. A veces, una determinada espiral de ansiedad puede incluso ser atajada si se sabe que se dispone de un simple ansiolítico en el bolsillo (aunque no se llegue a tomar). Hay personas que en los momentos duros deciden comenzar a hacer ejercicio físico o a mantenerse bien activos psíquicamente para afrontar el momento desde la «lucha cognitiva»; por el contrario, hay otros que optan por permanecer quietos, como bloqueados o inhibidos a la espera de que pase el «huracán» de la alteración. En definitiva, todo continúa siendo aquí muy personal, sin embargo, pasaré a exponer algunas de las características más relevantes de los diferentes estilos de afrontamiento.
Es evidente, en cualquier caso, que el objetivo básico de la propia conducta ante la crisis ansiosa es el hallazgo urgente y contundente de una línea de pensamiento-sentimiento neutralizador, justo lo contrario que ha sucedido con la agitación, en la que ha existido la presencia de ideas que enraizaron la sensación de sentirse atrapado y, por tanto, actuaron a modo de «fijadores de la ansiedad». La primera cuestión que hay que considerar a la hora de afrontar la alteración, bien se opte por el esfuerzo activo, bien por el bloqueo, debe ser la de crear líneas cognitivas liberalizadoras, como por ejemplo: cerciorarse, a pesar de todo, de la sencillez de la situación; observar su carácter neutro y/o entrañable; adquirir una perspectiva de reversibilidad (todo se puede modificar); hallarse reforzado o acompañado (no aislado ni extraño); cerciorarse del error emocional que se comete con el desarrollo ansioso; comprender que el momento duro sólo puede tener la categoría de incómodo (no atrapante), etc. Para ello es necesario acceder, en los inicios de las espirales ansiosas, aunque sea mínimamente, a un proceso de reflexión en el que la mente racional manifiesta sus «últimas» y convincentes ideas; debe recordarse que la ansiedad cuando viene, en un buen número de casos, lo hace de forma desbocada, irreflexiva, radical, por lo que se deberá trabajar el espacio dialéctico interno, cosa que conduce progresivamente a la desmitificación de la propia agitación. En este sentido, afrontar la ansiedad cognitivamente no es más que conseguir líneas de pensamiento que posean un elevado papel de autoconvicción, que vayan más allá del simple autodiscurso repetitivo y que posibiliten el desarrollo de una convicción emocional y profunda, justo en el campo de los sentimientos. La producción mental dirigida a la reducción ansiosa, pues, no puede ser, bajo ningún concepto, pura repetición, sino un compendio de argumentos interiormente potentes que convenzan. Es evidente que este trabajo interno debe ser objeto de actuación psicoterapéutica.
Para conseguir el cambio de estado (citado anteriormente mediante el uso de los elementos cognitivos apuntados) es preciso, obviamente, disponer de una múltiple, comprometida, intensa y efectiva actividad mental, y muchas veces también física.